Así habló y el aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos se dieron a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incendiado el campamento, mientras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el ágora de los teucros, ocultos por el caballo que estos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis.
Homero, Odisea, El caballo de Troyahttp://www.youtube.com/watch?v=lUiHgynSucEWaldo Jeffers había llegado al límite. Era mediados de agosto, lo que significaba haber estado separado de Marsha durante más de dos meses. Dos meses, y todo lo que podía mostrar eran tres cartas medio dobladas y dos caras conferencias. En verdad, cuando acabó la escuela ella había regresado a Wisconsin y él a Locust, Pennsilvania; ella había jurado mantener una cierta fidlidad. Se citaría ocasionalmente, pero sólo como diversión. Se mantendría fiel. Pero últimamente Waldo se había empezado a preocupar. Dormía muy mal, removiéndose bajo su edredón, con lágrimas arracimadas en sus ojos al tiempo que imaginaba a Marsha, y sus promesas sobrepasadas por el licor y los suaves manoseos de algún Neanderthal, sucumbiendo finalmente a las finales caricias de olvido sexual. Era más de lo que podía soportar la mente humana. Visiones de infidelidad de Marsha lo perseguían. Fantasías matutinas de abandono sexual impregnaban sus pensamientos; y el hecho era que no entenderían cómo era ella realmente. Sólo él, Waldo, lo entendía. Intuitivamente había rebuscado en cada rincón de su psique. Él la había hecho sonreír. Lo necesitaba y él no estaba allí. (Oooh!)
La idea le vino el jueves antes del programado Desfile de las Mamás. Había acabado de cortar y arreglar el césped de los Anderson por un dólar cincuenta y había ido a mirar en el buzón para ver si había al menos una palabra de Marsha. No había nada excepto una circular de la Compañía de Aluminios Amalgamados de América, preguntando por sus necesidades de dinero. Al menos se molestaron en escribir. Era una compañía de Nueva York. Podías ir a cualquier parte por correo. ¡Entonces se dio cuenta! No tenía dinero suficiente para ir a Winsconsin de la manera normal, sí, pero ¿por qué no enviarse a sí mismo? Era absurdamente simple. Se expediría como paquete postal, reparto especial.
Al día siguiente, Waldo fue al supermercado a adquirir el equipo necesario. Compró cinta de embalar, una pistola de grapas y una caja de cartón de tamaño medio, justo para una persona de su constitución. Juzgó que, con un mínimo de apretujarse, podría ir bastante cómodo. Algunos agujeros de ventilación, agua, galletitas saladas y probablemente sería como ir de turista.
El viernes por la tarde Waldo estaba listo. Estaba concienzudamente empaquetado y Correos había accedido a recogerlo a las tres en punto. Había marcado el paquete como "frágil" y se había sentado retorcido sobre el almohadillado de espuma que incluyó a conciencia. Intentó imaginar la cara de sorpresa y felicidad de Marsha cuando abriera la puerta, viera el paquete, diera la propina y lo abriera para ver finalmente a Waldo en persona. Lo besaría y quizás irían al cine. ¡Si lo hubiera pensado antes!
De repente, rudas manos lo agarraron y se sintió suspendido. Aterrizó de un golpe seco en un camión, y partió.
.......
Marsha Bronson había acabado de arreglarse el pelo. Había sido un fin de semana tempestuoso. Tenía que recordar no beber tanto. Aunque Bill había estado bien. Cuando terminó dijo que aún la respetaba y que después de todo era su manera de ser y, aún así, no, no la amaba pero le tenía afecto. Después de todo eran ya adultos. Oh, lo que le podría enseñar a Waldo, pero de eso parecía hacer mucho tiempo. Sheila Klein, su mejor amiga, entró por el porche a la cocina. "Dios, afuera todo es calor."
"Arg, sé lo que quieres decir. Me siento pegajosa."
Marsha se apretó el cinturón de su bata de algodón bordeada en seda, Sheila recorrió con el dedo los granos de sal que había sobre la mesa de la cocina, se lo chupó y puso una cara.
"Se supone que me he de tomar estas píldoras de sal pero, se rascó la nariz, "me hacen sentir náuseas."
Marsha empezó a darse golpecitos bajo la barbilla, ejercicio que había visto en la televisión.
"¡Dios, no hables de eso!"
Se levantó de la mesa y fue al fregadero, de donde cogió una botella de vitaminas azules y rosas.
"¿Quieres? Dicen que son mejores que un filete" e intentó tocarse las rodillas. Creo que no volveré a tomar un daiquiri."
Desistió y se sentó, esta vez más cerca de la mesita del teléfono.
"Quizás llame Bill", dijo al vaso de Sheila.
Sheila se remordió una uña.
"Después de anoche pensé que habrías cortado con él."
"Sé a qué te refieres. ¡Oh, Dios! Era como un pulpo, manos por todas partes, gesticuló levantando los brazos como para defenderse. "El caso es que al cabo de un rato te cansas de luchar con ellos, ya sabes, y después de todo no hice nada el viernes y el sábado, y se lo debo a él. Ya me entiendes."
Empezó a rascarse. Sheila se reía entre dientes con la mano en la boca. "Escucha: yo también me sentía igual y al cabo de un rato... Aquí se inclinó y susurró "quise hacerlo", y ahora ya se reía a carcajadas.
Fue entonces cuando Mr. Jameson, de la oficina de Correos del cuadrante de Callan, llamó a la puerta de la gran casa. Cuando Marsha Bronson abrió, él la ayudó a entrar el paquete. Le firmó sus papeles verde y amarillo y dejó una propina de quince centavos que Marsha había sacado de la pequeña libreta beige de su madre.
¿Qué crees que es?
Marsha se quedó con los brazos cruzados a la espalda. Miró la caja marrón que estaba en medio del salón.
"Yo lo sé."
Dentro del paquete, Waldo se estremeció de excitación a la vez que escuchaba las acalladas voces. Sheila recorrió con la uña la cinta de embalar y llegó al centro del cartón.
"¿Por qué no miras en el remitente de quién es?
Waldo sentía su corazón latir. Podía sentir los pasos vibrantes . Sería pronto. Marsha dio la vuelta al paquete y leyó la etiqueta garabateada en tinta.
"¡Oh, Dios, es de Waldo!"
"Ese idiota", dijo Sheila.
Waldo tembló, expectante.
"Bueno, también tienes que abrirlo", dijo Sheila, y ambas intentaron abrir la tapa grapada.
"¡Aaaaargh!", gruñó Marsha. "Debe haberlo claveteado". Volvieron a tirar de la tapa.
"Dios santo, se necesita una taladradora para abrirlo." Tiraron otra vez.
"No puedes asirlo." Las dos se quedaron respirando trabajosamente.
"¿Por qué no traes unas tijeras?", dijo Sheila.
Marsha corrió a la cocina pero sólo pudo encontrar unas tijeras de coser. Entonces recordó que su padre tenía una serie de herramientas en el sótano. Corrió escaleras abajo y cuando volvió tenía un gran cuchillo de metal en la mano.
"esto es todo lo que encontré." Casi no podía respirar. "Ten, hazlo tú. Creo que me voy a morir." Se hundió en un grande y blanco sillón y aspiró sonoramente.
Sheila intentó hacer un corte entre la cinta de embalar y el final de la tapa de cartón pero la hoja era demasiado grande y no había suficiente espacio.
"Maldito sea" dijo exasperada. Y luego, sonriendo: "¡Tengo una idea!"
"¿Cuál?", dijo Marsha.
"Tú mira", dijo Sheila tocándose la cabeza con un dedo.
Dentro del paquete, Waldo estaba tan transfigurado por la excitación que casi no podía respirar. Su piel la sentía como sarpullida por el calor y podía sentir su corazón latiéndole en la garganta. Sería pronto.
Sheila se mantuvo derecha y caminó hacia el otro lado del paquete. Allí se arrodilló, agarró el cuchillo por las dos agarraderas, cogió aire y clavó la larga hoja a través del paquete por el centro, a través de la cinta de embalar, a través de la caja, a través del almohadillado y justo por el medio de la cabeza de Waldo Jeffers, que salpicó ligeramente y formó pequeños arcos rítmicos de rojo para pulsar gentilmente en el sol de la mañana.
The Velvet underground, "The gift" (El regalo). Traducción de Àlex Flores.