domingo, 27 de junio de 2010

Grecia. Homero. La seducción



"(...) Nos ordena el oráculo divino
Evitar lo primero de las pérfidas
Sirenas las praderas y los cánticos.
Yo sólo debo oírlas; pero atadme
Firmemente con lazos resistentes
A la base del mástil, y si os pido
Y os ordeno soltarme, con más cuerdas
Deberéis sujetarme todavía."
Homero, Odisea. Ulises y las sirenas
Esta mañana algunos de nuestros hombres han visto una sirena... Su espalda y sus pechos eran como los de una mujer; su cuerpo era del mismo tamaño que el nuestro; su piel era muy blanca y sus cabellos, largos y negros, le caían por la espalda. Cuando se ha sumergido, los marineros han visto, también, su cola.
Henry Hudson, capitán inglés, 1608
Las sirenas son doncellas marinas que seducen a los navegantes con su espléndida figura y con la dulzura de su canto. Desde la cabeza hasta el ombligo, tienen cuerpo femenino, y son idénticas al género humano; pero tienen las colas escamosas de los peces, con las que siempre se mueven en las profundidades.
Adhelm de Malmesbury, Liber monstrorum de diversis generibus
La sirena, que canta tan bien que embruja a los hombres con su voz, da ejemplo para que se enmienden aquellos que han de navegar por este mundo. Nosotros, que cruzamos este mundo, somos engañados por una canto similar: por la gloria, por los placeres de este mundo, que nos dan la muerte, cuando amamos el placer: la lujuria, el bienestar del cuerpo, la gula, la embriaguez, el deleite del lecho y la riqueza, los palafrenes, los hermosos caballos y la hermosura de los tejidos suntuosos. Siempre tendemos hacia ellos, nos corre prisa alcanzarlos. Tanto nos demoramos en los placeres, que por fuerza nos dormimos. Entonces nos mata la sirena: es el Demonio, que nos lleva al mal, que nos hace sumergirnos tan hondo en los vicios, que nos encierra en sus redes.
Guillaume Le Clerc, Bestiaire
Una mujer tartamuda, bizca, con los pies torcidos, manca y de amarillento color. Yo la miraba, y así como el sol reanima los miembros entumecidos por el frío de la noche, de igual suerte mi mirada hacía expedita su lengua, erguía su cuerpo prestamente, y el marchito rostro, como requiere el amor, lo coloreaba.
Cuando tuvo librela lengua, empezó a cantar de tal modo, que con trabajo hubiera podido separar mi atención de ella: -Yo soy, cantaba, yo soy dulce sirena, que distraigo a los marineros en medio del mar; tan dulce es el goce que despierto. Con mi canto aparté a Ulises de su camino inseguro, y el que conmigo se aviene rara vez se va; de tal modo le fascino.
Dante, La divina comedia, Purgatorio
La mayor alegría de la pequeña ondina era escuchar lo que se decía del mundo de los hombres, allá arriba; (...) Lo que más maravillaba a la pequeña era el hecho de que, en tierra, las flores estuviesen perfumadas, lo que no ocurría en el fondo del mar, y que los árboles fuesen verdes y que los peces que se movían en sus ramas pudiesen cantar tan sonora y dulcemente que fuese un verdadero placer escucharlos. La abuela llamaba peces a los pájaros, pues, de otra manera, la pequeña ondina no habría comprendido: (...)
Hans Christian Andersen, La pequeña ondina
Sirena: supuesto animal marino, leemos en un diccionario brutal.
Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, El libro de los seres imaginarios

5 comentarios:

  1. http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/9/99/Odysseus_Sirens_BM_E440_n2.jpg

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  2. "Más allá, en las rocas de las focas, oculto entre las sombras, alguien cantaba con voz tan suave como la de una mujer. La canción tenía palabras, pero eran palabras que el cazador no había oído jamás, y la melodía era diferente a todas las que conocía. Estuvo escuchando largo rato. La canción terminó con una nota larga y grave, y luego todo enmudeció menos el mar, cuyas finas olas plateadas producían un siseo acallador, luego quedaban un instante en silencio, y volvían a repetir el mismo rumor: <¡Shss!>

    El cazador llamó a quien estaba cantando. Desde las rocas en sombra le llegó un ruido presuroso y luego el chapoteo de algo que se sumerge en el mar: el ruido que hacen siempre las focas. Haciendo pantalla sobre los ojos con ambas manos, el cazador escudriñó las sombras que la luz de la luna formaba entre las rocas. Pero allí ni se veía ni se oía nada. Después de un rato, regresó a su casa.

    La noche siguiente, cuando oyó la voz que cantaba, bajó a la playa y escuchó hasta que la nueva canción terminó. Entonces llamó suavemente a la voz, y la voz que cantaba se sumergió en el agua igual que la otra vez; pero ahora, mientras el cazador miraba entre las rocas a la luz de la luna, una cabeza pulcra y húmeda emergió a la superficie, le miró fijamente con ojos brillantes, y volvió a desaparecer bajo las aguas. El cazador nunca había visto un ser igual: su larga y resplandeciente cabellera y su piel lustrosa tenían el mismo color plateado y verde azulado que tienen las aguas bajo la luz de la luna. Mientras volvía a casa, caminando por la arena de la playa y por la hierba del prado, el cazador iba cantando una y otra vez, para sí mismo, las últimas notas del canto de la sirena.

    Durante todo el día siguiente, hiciera lo que hiciese, tarareaba aquellas notas; algunas veces no conseguía recordarlas durante un rato y temía haberlas olvidado para siempre, pero al final volvía a acordarse de nuevo. Aquella noche, cuando apareció la luna, el cazador bajó a la playa, se sentó al borde del agua y comenzó a cantar. Cantó, una tras otra, todas las canciones que conocía, y entre una y otra entonaba aquello que recordaba del canto de la sirena. Miraba continuamente hacia las rocas de las focas; no había nada. Pero después de un rato vio asomar, tras la primera línea blanca de las olas, una cabeza húmeda."

    Randall Jarrell. "La familia animal"
    Traduccion de Concha Hombría

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