
¡Dichoso aquel que conoce a los dioses del campo, Pan y el viejo Sileno y las ninfas, sus hermanas! (...) Echa mano de los frutos que las ramas o los propios campos le ofrecen benévola y voluntariamente, y no conoce las leyes de hierro, la locura del foro ni los archivos públicos.
Virgilio, Geórgicas
Beatus ille
Dichoso aquél que, lejos de sus ocupaciones, como la primitiva raza de los mortales, labra los campos heredados de su padre con sus propios bueyes, libre de toda usura, y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos. (...) Le agrada tumbarse unas veces bajo añosa encina, otras sobre el tupido césped; corren entretanto las aguas por los arroyos profundos, los pájaros dejan oír sus quejas en los bosques y murmuran las fuentes con el ruido de sus linfas al manar, invitando con ello al blando sueño. (...) ¿Quién, entre tales deleites, no se olvida de las cuitas desdichadas que el amor conlleva?
Horacio, Epodos
Aurea mediocritas
Más rectamente vivirás, Licinio, si dejas de navegar siempre por alta mar y evitas acercarte demasiado al litoral peligroso, al tiempo que, con cautela, sientes horror ante las borrascas. El que elige la dorada medianía, carece, bien protegido, de la sordidez de una casa vieja; carece, en su sobriedad, de un palacio que cause envidia. (...) En los momentos difíciles muéstrate animoso y fuerte; mas también aprende a replegar las velas hinchadas por un viento demasiado favorable.
Horacio, Odas
Fotografía: Monet
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